ZARAGOZA| La temporada del Real Zaragoza se describe a través de una interminable lista de adjetivos negativos. Más cerca del abismo que nunca, el conjunto aragonés vivió momentos de desplome y de ridículo, de amargura y de inestabilidad, pero también de liberación. Comandados por Gabi Fernández -el último de los cuatro entrenadores que pasaron por el banquillo de la vieja Romareda- y mediante varios actos de fe, corazón y quizá una pizca de fortuna, el Real Zaragoza salvó la categoría a falta de un partido por disputarse.
La entidad zaragocista experimentó un mal ya conocido por todos. Cegado por las ilusiones del inicio, el Real Zaragoza acabó por hundirse en el más profundo de los pozos. El mejor ejemplo radica en la primera vuelta, siendo certificado en la segunda. En la jornada 13, el conjunto que en ese entonces dirigía Víctor Fernández se ubicaba en la tercera posición, inmerso de lleno en una pelea con multitud de equipos. Sin embargo, y pese a que David Navarro venció en su único partido al mando del Real Zaragoza, finalizó la primera vuelta undécimo, a seis puntos de la zona de play-off.
De cara a la segunda vuelta del campeonato, Miguel Ángel Ramírez tomó las riendas del equipo. Su paso por el club se explica a través de las palabras, de la voluntad de cambio y de la incompetencia dentro del césped. El canario logró dos cosas totalmente opuestas: una sola victoria y un sentimiento de animadversión compartido por prácticamente todos los aficionados. Tras un bagaje de 7 puntos de 30 y con el club tan solo un punto por encima del descenso, Ramírez cedió el testigo a Gabi Fernández.
Más corazón que fútbol
Gabi recaló en el Real Zaragoza con un objetivo claro: generar una reconexión entre la afición y el equipo. Para conseguirlo, trazó un camino basado en el corazón y la intensidad, hizo de La Romareda un fortín y cambió el parecer de varios futbolistas. El madrileño, sin ofrecer un fútbol vistoso, alcanzó la permanencia a falta de una jornada, una salvación casi imposible para unos y soñada para otros.