ZARAGOZA | El Real Zaragoza logró un triunfo agónico, épico, que supone ya tres cuartas partes de su salvación. Lo hizo en un descuento inolvidable, que mostró la fe del grupo, un sufrimiento irremediable. En ese punto marcaron los secundarios y remontó el Zaragoza. Lo hizo para mostrar que hay magia en el fútbol, mil vidas en La Romareda. Este deporte se presta a los caprichos y se rige a veces por un ritmo mágico, circular. Si hace treinta años el Real Zaragoza peleó por la gloria, ayer se aferró a su vida.
El 1×1 del Real Zaragoza
Gaëtan Poussin (4): Sigue sin ser un portero fiable, capaz de lo mejor y de lo peor en la temporada, frágil en la primera acción del encuentro. No pudo hacer mucho ante la genialidad de Machín y tuvo en el tramo final uno de sus momentos. A veces aparece cuando más lo necesitas. Y lo hace siempre cuando menos te lo esperas.
Francho Serrano (9): El 10 de mayo quiso ser Belsué y firmó una maratón sobre la banda. El 14 fue todo corazón y el hombre del partido. Acaparó el mapa de calor, llenó el perfil de esfuerzo y pulsó sin descanso el botón del centro. No encontró siempre rematador, pero insistió hasta fabricar el gol definitivo. Lo marcó Dani Gómez, pero solo lo podía planear Francho. Desde ese mismo lugar levantó la grada y alzó su única bandera: la del Real Zaragoza.
Lluís López (4): Débil en el cara a cara, su mejor virtud en el partido apareció en el tramo final, en la salida del juego. Siempre pareció vulnerable en los duelos y ayer lo volvió a probar. En el lado contrario de la moneda, buscó el remate en los córners y con el balón en los pies dejó un par de acciones de mérito.
Jair Amador (5): Al margen de ser el mejor del carril central, bajó su nota respecto a los últimos partidos. Sufrió en el cuerpo a tierra, pero mostró su fiabilidad en el aire. No acertó en el primer pase y falló casi siempre en los distancias largas. Amagó con el gol y se quedó siempre a un paso.
Dani Tasende (4): Ganó muchas de sus disputas y alimentó su sociedad con Adu Ares, hasta lograr que el Cartagena temblara en ese perfil. Pero en su fútbol hay una doble cara permanente, una bipolaridad perpetua. Con la banda ya ganada, pareció errático y atropellado. Vive los partidos en un estado de tensión que no siempre le beneficia. Alterado, casi lunático, ha perdido la claridad que le hacía distinto en el último tercio. A veces le pueden la situación, la ira y los nervios.
Toni Moya (4): Correcto. Y poco más. Administró el fútbol sin riesgos ni estridencias, pero se conformó con poco. Nunca llegó a romper un plato.
Raúl Guti (8): Líder, con todas las letras. Pidió el balón siempre. Buscó los pasillos interiores, asumió el mando y fue el socio de todos. Marcó el primer tanto del Zaragoza, en una acción que mostró su mejor cualidad. Siempre fue un llegador puro, un mediocampista con vistas a la portería rival. El resto del tiempo demostró una jerarquía conmovedora. Jugó con sentimiento, con una voluntad total y casi con un exceso de responsabilidad. Durante algún tramo pareció disparar de más, hasta que el segundo tanto nació de uno de sus mejores rechaces. El partido premió su voluntad y su zaragocismo.
Ager Aketxe (3): Tibio, probó fortuna con mayor frecuencia, pero se topó siempre con el portero o sus fantasmas. Falló acciones que hubiera soñado, que parecían hechas para cualquier Aketxe menos para este. Parece negado, bloqueado ante un público que ya no cree en él. Sigue jugando un partido contra sí mismo. Y hace tiempo que no los gana.
Adu Ares (8): Ha cambiado su rostro por completo, hasta ser en el tramo definitivo el futbolista que el Real Zaragoza creía haber fichado. Regateó, se asoció, eligió bien y pidió el balón en los peores momentos. La Romareda cree en su desequilibrio, en una carrera tan guionizada como difícil de detener. Ligero y elástico, rebosa confianza y soluciones en las jugadas. Ahora mismo, fluye. Como nunca lo había hecho.
Pau Sans (7): Localizó la mayor debilidad del Cartagena y atacó la sombra de Nacho Martínez con descaro y sin remordimientos. Hábil en una baldosa y veloz en las praderas, le sacó de punto en todos los duelos. Reinó en la banda y mostró que su fútbol está lleno de trucos. No logró ponerle un broche ideal a sus acciones, pero nunca había parecido tan importante. Su fútbol volvió a ser calle.
Mario Soberón (4): Sigue sin chispa, poco explosivo. Perdió muchos de sus duelos y pareció otra vez peleado con las ocasiones. Siempre tuvo un olfato diferente, una extraordinaria capacidad para intuir todos los remates. Ante el Cartagena ocupó mal los espacios de remate y llegó siempre tarde a los centros. Su asistencia le sube la nota.
Cambios del Real Zaragoza:
Kervin Arriaga (7): Su entrada al partido reactivó al equipo e impulsó a La Romareda. Es un jugador entusiasta, capaz de contagiar, gobernador de todas las batallas. Imperial en el fútbol aéreo, llegó a planear algunos ataques prometedores. El triunfo se entendió mejor con su aparición.
Adrián Liso (2): Mejor como lateral que como extremo, no acertó en sus regates y atinó poco en sus centros. Le afecta una crisis existencial evidente. No confía en su ABC y llega tarde a todas las decisiones. Es joven, pero ahora mismo sufre el fútbol.
Alberto Marí (6): Apenas había intervenido hasta que marcó uno de los goles de la temporada. Lo hizo al filo del alargue, cuando hizo suyo un balón sin nombre. Su tanto permitió el triunfo y el milagro del descuento.
Dani Gómez (6´5): No había acertado demasiado hasta que en el minuto 97 acertó como nunca. Gómez mostró que en el fútbol también puede haber gloria para los suplentes, una segunda vida para los secundarios. Intuitivo y oportunista, Gómez alcanzó en una sola jugada el impulso que buscaba con su llegada.
Entrenador:
Gabi Fernández (6): Su equipo volvió a mostrar que tiene un espíritu competitivo especial, una alianza diferente con La Romareda. Empezó mal, perdiendo dos veces. Se atascó en la búsqueda de la ocasión pero se mantuvo firme, en busca de la suerte. La encontró Gabi Fernández y el Real Zaragoza con dos segundas espadas, Marí y Gómez, en un acto de fe, en un final de película. Nadie creyó en esas modificaciones salvo él, en lo que demuestra que un entrenador siempre está más cerca de las respuestas. En ese punto, La Romareda entró en trance y el fútbol fue épica y un guiño del tiempo. Y Gabi Fernández, descreído de los homenajes, firmó su milagro.