Viudo de padrino, su mejor momento se terminó en el punto en el que Víctor Fernández presentó su dimisión. En ese tiempo, Ares descubrió el motivo de su cesión, en un diciembre nefasto para casi todos que también fue una muestra de su potencial. Hizo de la Copa del Rey un torneo propio, una temporada a dos partidos, y ante el Granada se adivinaron sus mejores trucos. Futbolista de una sola jugada, la clave de su fútbol se explica a través de una acción de antes, huérfana de dueño desde que Robben se retiró.
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Adu Ares juega con la ventaja que le otorga la naturaleza: tiene la posibilidad de encontrar un refugio en la rebeldía, en la capacidad de ser distinto. Si sus condiciones le reservan un lugar especial, los focos nunca dieron la sensación de sentarle demasiado bien. Mejor actor secundario que principal, le acompañan los mismos vicios que hace un par de años y una etiqueta tramposa: está lejos de ser un especialista.
Adu, en el mismo punto
Su etapa en La Romareda atraviesa un tramo extraño. En el plan de MAR los extremos se han vuelto prescindibles, piezas de quita y pon. En ese limbo no está solo, pero quizás sea el jugador menos adaptable a los nuevos puestos de toda la plantilla. Su tendencia al regate le vuelve peligroso en la media; limitar su radio de acción en una doble punta tampoco parece lo mejor.
Zaragoza no ha cambiado la escena de Bilbao. Sigue atrayendo miradas y no siempre es por un buen motivo. Irregular en todas sus formas, sus pies siempre parecen ir más rápidos que su cabeza. En su temporada confluyen dos cosas: lo bueno que gustó en Lezama y todo lo que desesperó a San Mamés.