Álvarez siempre ha sido especial en todo, también en sus lesiones. A veces mago, a veces loco, le afectan dolencias más propias de un jugador de campo que de un guardameta. En este caso, se trata de una recaída que ha ampliado su lesión original. El parte médico de ayer parecía anunciado desde el sábado: rotura de fibras de segundo grado en la parte posterior del muslo, en la musculatura isquiotibial.
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Los isquios son la zona de la explosión en este deporte, muy vinculada a la aceleración en los jugadores de campo y a la reacción rápida y el salto en los porteros. La primera molestia del argentino llegó en Andorra y le obligó a retirarse antes de tiempo. Dos partidos después, tras el nefasto estreno de Poussin, Cristian Álvarez creyó que el daño ya estaba olvidado.
Las pruebas le dieron el alta médica, pero el alta competitiva quedó a expensas de sus sensaciones. Quizá condicionado por el contexto de su suplente y también por la urgencia que provocaban los últimos resultados, Cristian Álvarez no escuchó todas las señales de su cuerpo. Pudo volar en el primer tiempo y parecerse más que nunca a sí mismo en un disparo de Stoichkov. Pero pasada la hora de partido, cuando el Eibar ya había alcanzado el empate, Cristian Álvarez sintió que la herida, interna, frustrante e invisible, se abría con más fuerza. Supo entonces que nunca se había recuperado del todo, sospechó también que tardaría mucho más en regresar.
Escribá no podrá contar con Cristian Álvarez, al menos, en el próximo mes de competición. La previsión más pesimista indica que puede tardar más de mes y medio en regresar. Y el diagnóstico más sentimental de la historia ofrece una versión complementaria. Por mucho que haya tenido que hacerlo de forma eventual en las últimas temporadas, el Zaragoza nunca supo vivir sin Cristian.