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Cordero encontró en Badía una oportunidad de mercado inmejorable. Suplente donde había sido un ídolo, el Elche escuchó la petición del portero, seducido por La Romareda y Cordero. La intención era cubrir el hueco que deja Cristian Álvarez con un portero contrastado y la respuesta ha sido inmediata. Badía evitó la desgracia en Elda y cambió el guion ante el Andorra, con dos estiradas hechas a su medida, que le definen como un gato o un portero de chicle.
Estudioso del juego y de sus rivales, Badía llega a los partidos con las respuestas preparadas. Con esa noción es capaz de intuir los remates, de anticipar el vuelo un segundo antes que el resto. Concentrado en cada paso del partido, radiografía la jugada y la canta desde la distancia. Esa última noción explica otra virtud que le acompaña: aunque no intervenga con mucha frecuencia, Badía está siempre preparado.
Mientras Cristian Álvarez avanza lentamente en su recuperación, el Zaragoza descubre a un relevo de garantías. Distinto en casi todo, felino en un tiempo de gigantes, Badía se asienta como relevo en la portería. Una estadística le sonrió al acabar el encuentro en La Romareda: se convirtió en el séptimo portero de este siglo que fue capaz de debutar en El Municipal sin encajar un gol. Entre ellos, estuvo también su admirado Cristian Álvarez.
Ahora mismo, Badía es lo único distinto que ha traído el invierno y quizá una de las mayores certezas de la segunda vuelta. No es que el Real Zaragoza haya dejado de tener dudas en los partidos. Pero ahora tiene alguien capaz de despejarlas. Su nombre es el de un portero contracultural, de un héroe en sus estrenos: Edgar Badía.