En el minuto 32 en el Estadio de Gran Canaria, el Real Zaragoza acumulaba varias acciones persiguiendo sombras. El equipo de Pepe Mel jugaba con el yoyó, confiado, seguro de su fútbol. Sergio Bermejo era entonces un mal reflejo del Zaragoza: parecía desquiciado por sus propios errores, presa de una frustración que resumía su temporada. Nada le salía y nada mejoraba. Un segundo después todo cambió. Y lo hizo sin un motivo aparente, que es como suceden a menudo las mejores cosas en el fútbol.
⚽️🦁 ¡Así vivimos el cierre de mercado del Real Zaragoza!
Eguaras desplazó el balón hacia Fran Gámez, que salvó la jugada sobre la línea. El madrileño se posicionó ante el balón muerto, tuvo tiempo para cambiar la trayectoria de su carrera. Corrigió sus pasos en un ejercicio similar al de un tenista antes de un golpe ganador. Resolvió con el empeine frente a Raúl Fernández y encontró así su sitio en el partido.
En el segundo tiempo, Bermejo fue otro. Acumuló casi tantos disparos en una noche como los que llevaba en toda la temporada (3 frente a Raúl Fernández y 4 en todas sus citas). Se atrevió más, se sintió inspirado y disfrutó del juego. Esa sensación de plenitud sobre el césped, se vio en el gol definitivo. Llenó de calma y de pausa el área. Y encontró con una cuchara sutil a Álvaro Giménez. No necesitó espacio para armar su centro, solo tiempo para pisar el balón y resolver el crucigrama.
Hay quien piensa que el partido ante Las Palmas puede ser un reinicio feliz para su curso. Otros desconfían de su regularidad y ponen su talento bajo sospecha. En El Estadio de Gran Canaria su fútbol fue truco, burla y toque. Repartió arte cuando nadie le esperaba. Ahora, se cree que su mejor verso puede llenar también La Romareda.