Una ascensión exigente
La jornada comenzó temprano, a las 8:30 horas, con un nutrido grupo dispuesto a afrontar los 1.600 metros de desnivel y los 16 kilómetros de recorrido que separan el punto de inicio de la ansiada cumbre. El día acompañó con un clima espléndido, lo que permitió disfrutar desde el primer momento de las vistas del Valle de Pineta, uno de los más icónicos del Pirineo aragonés.
En poco más de 3 horas y 15 minutos, los montañeros superaron los primeros 1.200 metros de desnivel hasta alcanzar el célebre Balcón de Pineta, un auténtico mirador natural desde el que se contempla la inmensidad del valle y que, en esta ocasión, se recorrió en compañía de miembros del Club Peña Canciás de Fiscal.
Del Lago de Marboré a la cumbre
Tras un descanso para reponer fuerzas en el Lago de Marboré, algunos participantes dieron por concluida la ascensión. El resto continuó hacia la cima, enfrentándose a los últimos 300 metros de desnivel.
En apenas 50 minutos, el grupo alcanzó las laderas de la cara sur del Pico de Pineta y avanzó por parte de su aérea cresta. Desde allí, el horizonte regaló imágenes de gran belleza: el valle francés de Estaubé, el Pic Long, el Vignemale, la Robiñera y la Munia formaron parte del paisaje de altura.
Un balcón al Monte Perdido
Durante toda la subida, el Glaciar de Monte Perdido acompañó a los excursionistas, pero es desde la cumbre del Pineta donde se revela en todo su esplendor la cara norte del macizo, una de las panorámicas más impresionantes de los Pirineos.
El buen tiempo permitió disfrutar de la cima con calma, algo poco habitual en estas alturas. Tras 20 minutos de estancia en la cumbre, compartiendo bocadillos y sensaciones, comenzó el descenso hacia el valle, cerrando una jornada que quedará grabada en la memoria de todos los participantes.
El valor de la montaña compartida
Como manda la tradición, la excursión concluyó con un refrigerio en una terraza, donde se intercambiaron anécdotas y se empezó a planear la próxima salida: una travesía de dos días por el macizo del Vignemale, otra de las cumbres más emblemáticas de los Pirineos.
Esta actividad demuestra no solo la pasión por la montaña, sino también la importancia de la convivencia entre clubes del Sobrarbe, que mantienen vivo el espíritu montañero y promueven el conocimiento de cumbres menos transitadas, pero de gran valor natural y paisajístico.