ZARAGOZA | Lo del pasado sábado fue algo celestial, divino, una señal del Dios blanquiazul. En el zaragocismo su representante en la Tierra lo es, sin duda alguna, Francho. Nuestro León XIV, pues lleva ese animal con orgullo en el escudo de su pecho, y a la espalda, el dorsal con ese número que ya es sagrado. Un “Papa” a cuyo espíritu nos agarramos todos sus fieles. Sabíamos que él nunca nos fallaría. Un misionero “escuchimizado” para mimetizarse con su gente, raquítica en alimentarse de alegrías. Su misión era correr por esa banda derecha como si se hubiera parado el tiempo y todo fuera parte de un bucle inacabable.
El descenso a los infiernos se respiraba en el ambiente. Un olor del que era imposible desprenderse por más que quisiéramos todos los zaragocistas. Jugar contra un equipo como el Cartagena que ya vivía en ese caldero humeante, no ayudaba a refrescar el ambiente y hacerlo más respirable. No nos llegaba la camisa al cuerpo. El oxígeno nos faltaba y todos miramos hacia el que se había hecho con él, y lo guardaba en su corazón, pulmones y piernas. Ese volvía a ser Francho, al que en las pruebas de esfuerzo le echan por abusón.
En su soledad de corredor de fondo nos uníamos todos. Cada galopada suya acercaba al león a su presa, una que era especialmente huidiza y que no se dejaba atrapar. El Cartagena se sabía en la unidad de quemados del hospital, pero se negaba a firmar la extremaunción. Para eso estaba, Francho, nuestro León XIV, convertido en San Pedro, y con las llaves del cielo en sus manos para los cartageneros, sí es que estos se portaban bien. No quisieron serlo, y el castigo divino llegó en el último momento, cuando pensaban que habían subido a la planta del purgatorio.
Faltaba poco tiempo del añadido en el descuento. El empate no nos sacaba de pobres, y eso para un buen misionero como nuestro Francho le mantenía frustrado, pero nunca rendido. La fe en que sus piernas tenían una carrera más en una autopista que nos llevaba hasta el cielo, hizo que el milagro se produjera. Llegó a línea de tres cuartos y centró al área con la esperanza intacta de que la Virgen de Pilar cogiese el testigo divino y rematara de cabeza humanizándose en la piel de uno de sus fieles que parecían más descarriados. Dani Gómez cabeceaba un centro dado por el que mejor nos representa a todos en la fe zaragocista. Habemus Papam para mucho tiempo.