En esa celebración y en la ovación que siguió a su cambio, se pudieron ver muchas cosas. Y quizá las mejores se puedan resumir en un cruce de caminos: La Romareda quiere a Simeone y Giuliano quiere a La Romareda. El Municipal siempre fue un lugar sagrado para los goleadores y esa noción pervive también en estos años de Segunda. Borja Iglesias o Luis Suárez son los últimos ejemplos de una tendencia histórica. Iglesias se ganó a ritmo de rap y de goles un lugar en la memoria colectiva. Suárez le gritó a los vientos su amor por el estadio y la afición. Giuliano Simeone resiste esas comparaciones en un equipo peor, quizá porque su código genético está hecho de hambre y de ambición.
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El argentino llegó a Zaragoza en su estreno como profesional. Y ha aprendido sobre la marcha, mientras el público aplaudía desde el principio una entrega incondicional. Se equivoca y se rehace, se ofrece y se despliega, lo intenta y siempre vuela. Lo ha logrado además en un equipo irregular, que se ha reencontrado a sí mismo en la recta final de la competición. Allí, en ese lugar del escenario, Simeone se entiende con Azón, opuesto en su figura, pero complementario en el juego. Si la afición se ilusiona con romper los pronósticos en el último tramo es gracias al plan colectivo y a las soluciones ofensivas que ahora sí tiene Escribá en su baraja. Ninguna como Simeone, inspirado en el momento de la verdad, que vive y siente cada segundo del juego.
Giuliano Simeone sabe que su futuro no depende de él pero ha encontrado en La Romareda su primer sitio en el fútbol. Ha participado en 12 de los 34 tantos del Zaragoza en el curso (9 como autor y tres como asistente) y sobre ellos hay una bonita paradoja. Sus goles sirven para combatir los imposibles, pero sin el ascenso cada uno de ellos le aleja de La Romareda de un modo inevitable.
Simeone mira al Zaragoza como se mira a un primer amor. Como una de esas historias que alegran los veranos. Frescas, llenas de ilusión, que se entregan al hoy, al más puro presente. Algo le dice que su relato no puede ser eterno, pero aspira a que el cuento dure hasta mañana. Simeone nació rojiblanco, pero el fútbol le ha hecho también zaragocista.