Las vistas desde el salón familiar son espectaculares. No se necesita un lienzo para dibujar un paisaje cuando enfrente tienes el Tebarray, los Musales, Infiernos y la Foratata. “Tengo muy claro que soy de Sallent, que aquí volveré y que no tienen nada que envidiar a Whistler”, dice Ione. Su casa es un museo a escala de otros tiempos del esquí. Allí, nada más cruzar bajo el dintel de la puerta de entrada, fotos de su abuelo saltando una piedra y otra de ‘cuando éramos jóvenes’ e historia de Candanchú: Antonio Hijós, el fallecido Santiago Abós, Antonio Pérez y Eduardo Roldán, su último director y el más mediático.
Ione apura sus últimos días en Sallent. En nada regresa a Whistler, paraíso del esquí y del mundo de la BTT. Un rincón de la British Columbia de postal por donde pululan unos cuantos aragoneses. Será su quinta temporada. Regresará con su compañero de vida, Jokin. Un navarro de Estella, gran esquiador también que se especializó en baches donde llegó a ser campeón de España. Con año y medio, Ione tuvo sus primeros esquís bajo los pies. “Nosotros –cuenta Yolanda- no inculcamos a nuestros hijos la competición, sí el esquí. A Ione le gusta esquiar, le gusta el freeride y decidió irse a Canadá y me parece muy bien. Estamos de paso y hay que vivir haciendo lo que uno le gusta”.
Esta será la tercera temporada en la que va a participar en el Freeride World Qualifier. «Corro en América y mis puntos van a Europa”, señala. “Decidimos irnos –con Jokin- durante un año para aprender inglés y en un sitio donde se pudiera esquiar”, explica. Y lo que empezó como un año va para la quinta temporada. Sus aspiraciones en el FWQ es llegar a un Top10 en la sección de Europa. “Es factible, pero hay muy pocas competiciones e influye mucho el sector suerte”, dice. Y es que la valoración de los descensos es muy subjetiva. Conocer a los jueces es básico porque sirve para elegir qué hacer en la línea elegida. Ella apuesta por los descensos vertiginosos y con grandes saltos. “Algo que a mí me descompone. Que vaya rápida no me preocupa porque siempre ha ido rápida, pero los saltos por rocas sí”, dice la madre para que su hija tercie con que se siente más a gusto con ese esquí que pasando por tubos.
En Whistler, Ione trabaja en el sector de limpieza. “No es el mejor trabajo del mundo, pero si tienes un buen compañero todo se hace más llevadero. Lo que hago es trabajar mucho durante el verano y con esos ahorrillos tener más tiempo en invierno. Sigo allí, por los horarios y porque cuando tengo competiciones le digo a la jefa que no voy a estar un par de semanas y no me pone ningún problema”, explica para dejar claro que aunque el combo de Whistler, Canadá, nieve, esquí pueda ser de postal, detrás también hay sacrificio por una pasión.
Sonriente, con un tatoo diseñado por ella en su brazo derecho donde aparece un oso en la cabeza de una india, Ione Gangoiti su última visita larga a Sallent fue en 2015 y después una semana por un tema médico en su ojo izquierdo donde lleva cinco operaciones, ha perdido agudeza visual. “Cuando vuelvo siempre me da un vuelco el corazón. Sallent es impresionante. No tenemos que envidiar nada a nadie. Cuando me asiente mi vida será aquí. Al de Estella me lo traeré aquí», afirma convencida entre risas.
Y hasta entonces seguirá cosida a la aventura como la de este año que en compañía de Jokin hizo la Panamericana en un viaje que lo han resumido en un corto de 10 minutos. Dejaron la nieve de Canadá para buscar la de los Andes, en el invierno austral, donde también compitió y empezó a sumar puntos en Chile y Argentina, primera en Chapelco.