La realidad del Real Zaragoza no es otra que la de un equipo que no transmite. No es algo nuevo, el bloque de Carcedo no lo hizo nunca. Quizás sí de manera puntual, esporádica y temprana, en parte de la pretemporada y en las dos primeras jornadas de liga. Desde ahí, todo se ha tornado hacia un equipo sin identidad cuyos elementos reconocibles se han perdido por el camino, con planteamientos siempre en función de su rival y que ve con el paso de las semanas su línea a seguir más difusa que nunca.
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De Joker a momia
Respaldado únicamente por Raúl Sanllehí, pero elogiado por varios entrenadores de la categoría, Luis García Plaza ha sido el último en subirse al tren de los Carrión o Pimienta, los planes de Juan Carlos Carcedo se derrumban con el paso de los minutos. No tiende a errar de inicio, aunque sí en la lectura, algo a lo que no acostumbró en Ibiza. Sin ir más lejos, su plan de partido ante el Andorra, sin balón mayormente, fue inteligente. Bloque medio, con Francés saliendo de zona continuamente y esquivando la trampa que el Andorra construyó en torno a Marc Aguado.
No cayó en el cepo en la primera, pero lo hizo en la segunda, en una tendencia repetitiva en el presente Real Zaragoza. El disfraz de los blanquillos cambió tras el descanso y de ser el Joker, buscando el carácter asesino que tradujera en peligro cualquier error rival, se pasó al de momia. Los de Eder Sarabia maniataron y superaron a un equipo al que Carlos Martínez sentenció en el descuento y, de nuevo, Carcedo volvió a demostrar haber perdido el rumbo con cambios intrascendentes y desfiguraciones constantes.