Flexible hasta este curso, Velázquez confunde al equipo, caótico en su estructura, formado por tantas pieles que ya no sabe cuál es la suya. Las dos últimas derrotas visten de tragedia lo que antes era esperanza. El Zaragoza acudió al mercado con la idea de reforzarse en puestos claves, pero le dio la espalda a su delantera. La contratación de Edgar Badía solucionó por completo el problema de la portería, pero la lesión de Raúl Guti llenó de dudas al equipo, como si el año pudiera partirse entre lo que pudo ser y lo que fue.
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El efecto anímico de su lesión ha tenido una incidencia directa en los partidos que han llegado más tarde. También en la imagen que define a Velázquez desde la banda. Intenso al inicio, ahora se le ve pálido, desesperado antes de tiempo. Esa imagen se traslada también al equipo, con tres o cuatro posiciones para un mismo jugador en cada uno de los partidos. La idea se hizo especialmente visible ante el Cartagena, con Mollejo en el lugar de un multiusos. Superior en número, ante la defensa del área de Calero, el Zaragoza se limitó a llenar el partido de centros y fue incapaz de encontrar también los remates.
Julio Velázquez vive su momento más delicado en el banquillo de La Romareda. El efecto de su aparición ya no le sostiene y hay muchos que ven como un error su llegada. La plantilla está lejos del rendimiento previsto y las miradas se centran ya en el banquillo, en el alambre más débil de este juego. La apuesta más personal de Cordero está en entredicho y Velázquez ha sido incapaz de cumplir sus propósitos de bienvenida. Su Zaragoza transmite poco, tiene tantas caras que ninguna parece reconocible y no ha sido siempre competitivo.
Hoy conviene recortar un fragmento de la presentación de Julio Velázquez. Cuestionado por su idea de juego, el técnico divagó en exceso. La conclusión que dejó aquella respuesta fue una premonición: el Zaragoza había contratado a un técnico que no creía en único modelo, un entrenador cuyo estilo era no tenerlo.
Y así es difícil reconocer a su equipo como nuestro.