ZARAGOZA | El Real Zaragoza sumó ante el Cartagena un triunfo especial, que será difícil de olvidar. Lo alcanzó por la única vía que ha parecido suya esta temporada, la agonía y el sufrimiento. Y lo alcanzó en un día señalado, en un guiño en el tiempo.
Los milagros tienen una cualidad excepcional: no suelen repetirse. Y el Zaragoza ha conseguido que se dieran dos veces en el mismo día, treinta años más tarde, con objetivos diferentes y una trascendencia opuesta. Ahora ya no pelea por la gloria, sino por su propia vida. Y en el tramo definitivo de esta temporada, ya con Gabi en el banquillo, ha conseguido que esos momentos se dieran varias veces en la misma secuencia, que los descuentos tuvieran un final feliz.
La Romareda, el sitio de la reacción
No parece casualidad que esos puntos de luz hayan llegado en La Romareda. El estadio ofrece un último servicio al Real Zaragoza. Lo mantiene con vida, empujado por una grada incondicional, que ha estado en este tramo como siempre y como nunca. El fútbol tiene un ritmo propio, mágico, circular. El estadio ha entrado en los últimos tiempos en un estado de trance, ha sido capaz de ganar puntos que parecían perdidos, de darle sentido a una salvación que todavía no está escrita.
Cuando solo resta un partido para que el zaragocismo le diga adiós a su estadio, la atmósfera de La Romareda explica muchas cosas. El sábado, sin ir más lejos, fue el lugar de un nuevo milagro. Otro 10 de mayo.