Al acabar el duelo era fácil coincidir en una idea general. El Zaragoza había empleado más de 25 días en preparar un partido en el que casi nunca compareció. Aún así, pudo ganar con un gol de otro partido, a través de la firma genial de Maikel Mesa. Pero puso todo de su parte para no hacerlo. Reculó en exceso, permitió el bombardeo y el fútbol directo, un juego hecho a la medida de su rival. Especialmente señalados quedaron algunos futbolistas: con Jair Amador en el lugar del crimen. Tampoco contribuyó una media hecha para mandar y que se camufló en el escenario, como si su lugar en el partido fuera el de un simple decorado.
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El Zaragoza empató, pero el duelo dejó el sabor que dejan las derrotas. El equipo pareció siempre desnortado, incapaz de encadenar secuencias de pase, de entender que solo el fútbol puede con los nervios. Velázquez empleó tres sistemas distintos para un equipo que nunca tuvo ningún plan. Frágil en su área, tembloroso en el momento de la verdad, el balance del técnico hasta la fecha mantiene al equipo lejos de cualquier objetivo ilusionante.
Quizá la mejor respuesta al partido es que el viernes se jugará el próximo. Ante el Andorra se espera ver a un equipo radicalmente distinto, convencido de su propuesta, vencedor en el juego y también en el otro fútbol. Solo así podrá cambiar una inercia cada vez más peligrosa. El Zaragoza suma dos victorias desde octubre y Velázquez no mejora los registros de su predecesor: con 7 de 18 puntos posibles.
Frente al Andorra, el Real Zaragoza debe cambiar su imagen. Y hacer invisibles las cicatrices que dejó el duelo en Elda.