ZARAGOZA | Las últimas imágenes del partido ante el Burgos dejan a Iván Calero en un lugar preocupante. Quizá al borde del calambre, pero fundamentalmente cabizbajo, derrotado al principio y al final del juego. Calero no se parece al futbolista que fue en el inicio de la competición. Se le ve quebrado, sin confianza, errático en las situaciones más elementales y también en las más complejas.
Calero representa la fiabilidad, el lugar del trabajo silencioso, de la regularidad en este juego. Constante y con una disciplina marcial, su fútbol se basa en estar siempre presente. Sucede que en los últimos dos meses ha perdido brillo de una forma alarmante. Se le ve hundido, como si dudara de sus pasos, como si no se encontrara a sí mismo. Y el partido ante el Burgos fue el mayor ejemplo de su caída.
Iván Calero y una duda recurrente
En el fútbol y en la vida, las primeras impresiones tienen un peso especial. Calero convenció desde ese lugar. En plena madurez, parecía un jugador constante, regular, capaz de vivir siempre en el notable. Modélico y ejemplar, encarnó el valor que se les asigna a los modestos en este juego. No solo destacó por su ética de trabajo, sino también por su precisión y su acierto. Ahora, un mundo después de esa aparición, ha perdido luz y parece pelear contra sí mismo. El dato corrobora esa idea: ante el Burgos sumó 23 pérdidas.
El declive del Real Zaragoza ha situado en un lugar delicado a Iván Calero. Quizá la irrupción de Marcos Luna trastocó su universo, pero para explicar su descenso lo mejor es acudir a las leyes universales de este deporte. El fútbol es siempre un estado anímico y, en los últimos encuentros, a Calero le persigue una nube y una sombra. La segunda tiene el valor de una conclusión. Jugador de equipo por naturaleza, le afecta el descenso de todos, la racha del colectivo. Y hoy es el fútbol del grupo lo único que puede rescatar a Iván Calero.