Es posible que sean cosas mías y que con la reubicación de los socios y de forma casual, hayan surgido a mi alrededor más voces críticas -alguna de ellas digna de, con la formación adecuada, interpretar piezas líricas en la Scala de Milán- pero me dio la impresión de haber vivido un ambiente muy crispado desde el inicio de partido. Un ambiente quizá más propio de un espectáculo de circo romano que de un partido de fútbol.
No seré yo quien de lecciones de cómo comportarse dentro de un recinto deportivo, Dios me libre, porque de vez en cuando, hasta el mejor escribano echa un borrón. Pero creo que la buena imagen transmitida tras los dos primeros partidos en casa puede haber instalado en parte de la afición la expectativa de que deberíamos ir ganando todos los partidos al descanso 2-0. Y mucho me temo que eso no va a ser así.
El partido del lunes ante el Oviedo fue, a mi juicio, uno de los peores que le recuerdo al Huesca en el Alcoraz. Los improperios y faltas de respeto que escuché dirigidos hacia algunos jugadores durante el partido, también.
Es cierto que la afición no mete goles, pero creo que si que puede sumar o restar.
De algunos equipos es conocida la presión que sufren en sus propios campos cuando las cosas no van del todo bien. Pensemos si queremos ser así. Estamos todavía en fase de construcción, de equipo, de club y de afición. Estamos a tiempo de decidir cómo queremos ser. Si queremos ser una afición que arrope a su equipo y le apoye hasta el final o si por el contrario queremos ser esa amenaza continua que no permite el error.
Yo, por mi parte, tengo claro que los azulgrana son los nuestros.
Pablo Pueyo Canalís.