HUESCA | Manu Tena era muchas cosas, pero si tuviera que definirlo en una palabra lo tengo clarísimo: Manolo Tena era FÚTBOL. Era uno de esos tipos con lo que no te cansabas de hablar del pelotón, pero no con el típico que te saca la pizarra, te dibuja un esquema y te traza líneas transversales para explicarte cómo defender, o cómo atacar al espacio, sino del que igual hablabas de la defensa de 5 del Girona de Machín que del partido del infantil de Ramón Calvo contra la Escuela Litera. Y es que con Tena yo no me cansaba de hablar de fútbol, porque siempre aprendías y nunca discutías. Si tenía una idea distinta a la tuya, primero escuchaba, luego argumentaba, y llegaras o no a un entendimiento, siempre aprendías cosas. Me habría gustado pasarme por sus clases del curso de entrenadores, no habría sacado el título, pero me habrían enriquecido seguro.
Me asombraba de Tena su forma para encajar en los vestuarios: aunque conectaba mejor con los chavales jóvenes, su naturalidad y desparpajo calaba en los vestuarios mayores tras el primer entrenamiento. Sabía hacer grupo, sabía manejar a los que tenían menos minutos y todos lo respetaban. Generaba un vínculo fantástico con los futbolistas que entendían su manera de jugar, tenía un no se qué que sabía hacerles click en la cabeza a esos jugadores diferentes, y al final sacaba de ellos lo mejor. He vivido cosas fantásticas y surrealistas con él: un partido de 5 minutos que fue aplazado en su día y que encima terminó perdiendo cuando se suspendió con 0-0, o un partido en el que no pudo estar y que intentamos cambiarlo de día y hora y no hubo forma en que tenía que informarle cada 5 minutos de todo lo que pasaba en el nuevo Los Olmos de Binéfar.
Tena era fútbol, pero el fútbol de pueblo: el de cadetes y juveniles, el del Sariñena, el del Peñas o el de cualquier otro equipo regional. Creo que era tan disfrutón de esas categorías que la gozaba mucho más en As Balsetas de Bolea que en el Municipal de Barbastro, y yo, que desde niño crecí con ese fútbol le entendía perfectamente. Me sorprendía que le gustara más charlar con Ramón Calvo o Luis Ausaberri que verse una charla de Juanma Lillo, que fuera zaragocista furibundo siendo de Huesca y que no se escondiera. Y a pesar de todo eso, disfrutó de los buenos tiempos del Huesca como un aficionado más.
De Tena me admiraba que nunca hablara mal de nadie, ni se enfadara por cosas o con personas con quienes tenía motivo para ello. Cuando le decía algo al respecto me decía: “Anda tira, que no vale la pena”. Tena me enseñó a no venirme abajo en las derrotas, a bajar del autobús con una sonrisa a pesar de perder. A querer más a lo de casa y a hacer grandes las pequeñas cosas de cada día. Echaré mucho de menos no decirle: “Hola jeta” y escuchar su respuesta: “Hola sinvergüenza.” Nos saludábamos siempre así incluso a gritos por la calle. Cualquiera que nos viera seguro que fliparía, pero Tena era así, un gozón de la vida y del fútbol. Cada vez que piense en fútbol, voy a pensar en ti, amigo. Gracias por todo, “Jeta”. Buen viaje.