Y es justo esa última palabra la que da lugar a esta pieza. Una reflexión, propia de todos los mercados en la capital aragonesa que, en esta ocasión, se presenta algo más compleja: ¿Es esta una euforia justificada? Dependerá de a quien le preguntes. Si quien responde es un servidor, la repuesta es sí. Pero todo tiene un mayor fondo.
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El por qué de la euforia
Tras años de desilusiones, mediocridad y desengaños, el zaragocismo se siente de nuevo grande en lo deportivo, pero también en lo institucional. El Real Zaragoza nunca ha dejado de ser grande, pues ese peso lo sostenían su historia y su afición. Sin embargo, en los despachos y en el césped, la imagen más recurrente era la de un club a la deriva, que, tarde o temprano, acabaría por caer. Lejos de toparse con ese final, la afición ha visto cómo la nueva propiedad daba un salto objetivamente cualitativo en este aspecto. Elevar la imagen institucional sumado a una mejoría en lo deportivo, es todo lo que un aficionado sueña para su club.
Ahora bien, si atendemos a lo puramente deportiva, ¿sigue siendo justificada esa euforia?. Pues a riesgo de sonar repetitivo, y tratando de ser lo más objetivo posible, sí. Lo es, como todo en cierta medida. La afición bromea con el ascenso en abril, siendo esta evidentemente una exageración, pero lo cierto es que el objetivo final parece ser más realista que nunca en estos últimos años.
Los fichajes atienden a una demanda evidente en la competición de lo que funciona son los jugadores contrastados, acompañados cómo no por algunas apuestas. Hasta ahora, el Real Zaragoza no podía permitirse esa clase de futbolista, pues la certeza se paga, y debía poner el foco en otros perfiles. Eso se acabó al menos para este mercado.
A pesar de toda la ilusión generada, el zaragocismo ya se sabe de sobra eso de «en segunda cualquier cosa puede pasar» y deberá mantener los pies en la tierra aunque tenga más que nadie ganas de despegarlos.