ZARAGOZA | Samed Bazdar fue ayer objeto de juicio, un lugar de controversia. El motivo de alerta fue una publicación en sus redes sociales. El mensaje podía decir mucho o no decir nada: “Tal vez no seas inútil, solo estás en el lugar equivocado”. A esa publicación le siguió una segunda, que se interpretó como una especie de perdón en diferido. Después, llegó un texto en el que afirmaba que está feliz aquí y que su futuro solo pasa por Zaragoza.
No hacía falta ser demasiado suspicaz para entender esa primera historia como una referencia a sus últimos meses en La Romareda. Pero sobre esa lectura inicial cabe una interpretación, en las siguientes hay una declaración directa. El episodio le servirá a Samed Bazdar para entender dos cosas. Uno: nada de lo que diga o haga volverá a pasar desapercibido. Dos: en las redes sociales se escribe con una tinta que queda para siempre.
El año de Samed Bazdar
Al margen del conflicto, al que probablemente todos le dimos mayor trascendencia de la que tiene, la temporada de Bazdar merece un análisis concreto. El primer veredicto se produjo antes del parto. Representó un cambio de modelo en Zaragoza: fue una apuesta decidida de la propiedad, un salto de ambición. Mucho tiempo más tarde, el club pagaba una suma millonaria por un fichaje. Una temporada después de eso, lo que empezó con una gran impresión sobre el césped, acabó en suplencia. Quizá fue el fiel reflejo de un curso bipolar, que se inició como nunca y acabó como siempre. O peor que eso.
Sobre Samed Bazdar pesan muchos condicionantes. Con 21 años, en su primera experiencia fuera de su fútbol original, ha vivido muchas más cosas de las que estaban previstas. En lo deportivo, ha convivido con cuatro entrenadores, lo que a menudo significa experimentar las dos versiones del relato. Ha sido el protegido y el relegado, la promesa y la decepción, el príncipe y el bastardo. Este juego siempre tiende a los extremos, pero se entiende mejor desde la materia gris. Por tanto, es probable ni lo uno ni lo otro sean tampoco para tanto.
Dos temporadas en una sola
Bazdar encontró en Víctor Fernández al técnico que mejor entendió su talento. Le dejó ser. Y el bosnio voló junto a Iván Azón. En partidos, por cierto, en los que pudo equivocarse muchas veces. Pero en los que cada uno de sus aciertos podía ser definitivo. Mientras Azón provocaba espacios y libraba mil batallas, él podía ser el verso libre y ganar la guerra por su cuenta. Entonces siempre tuvo un regate más, un toque diferente. En noviembre llegó el paso que cambió su temporada, que estableció una frontera: una lesión muscular ante el Albacete. Desde entonces, Bazdar fue otro.
También lo era ya entonces el Zaragoza, que iniciaba su caída, un regreso a sus infiernos. Bazdar no volvió bien ni veloz con Ramírez y perdió pie definitivamente con Gabi Fernández. El equipo activó todas las alarmas y elevó su plan de mínimos a la máxima potencia. El juego se volvió roca y cemento, hasta abrazar para siempre el fútbol directo. En ese contexto, Samed Bazdar se sintió un incomprendido, falló goles cantados y perdió la fe en su juego.
Si antes un desborde o un caño podía rescatarle en un partido, en el tramo definitivo jugó siempre contra sí mismo. Y perdió. Lo hizo porque también el regate es una muestra de fe, hijo de la confianza. Sin ese toque mágico se sintió uno más. O uno menos. Y en La Ciudad Deportiva llegó a molestar su actitud en los entrenamientos, como si la historia hubiera dejado de ser suya. Ahora, ha llegado una salvación que necesitaba el grupo y un final de temporada que podrá liberarle a él.
En un año lleno de cambios y de conflictos personales -algunos desvelados y otros por desvelar- el descanso le ayudará a encontrar sus regates perdidos. Le servirá para entender que en el fútbol uno nunca es demasiado joven, ni para acertar ni para equivocarse. Y que, desde ahora, nada de lo que haga volverá a ser invisible.