ZARAGOZA | El Real Zaragoza sumó un nuevo drama, una nueva desgracia en El Ciutat de Valencia. Ninguna dolió tanto como la del sábado. Hubo una relación inversamente proporcional entre lo inmensa que fue su afición y lo pequeño que pareció el equipo. No compareció, no compitió ante un rival que pareció de otra categoría. En 15 minutos ya daba el partido por perdido, cuando un millar de zaragocistas habían hecho todo por viajar, porque su equipo venciera. ¿Qué más necesita un equipo para dejarse el alma, la vida y la piel?
Vencido por el fútbol y sus detalles, los errores del Real Zaragoza fueron una pasarela ideal para el Levante. A partir de ahí, el partido fue un sufrimiento y una tortura. Si hubo algo desgarrador fue el cántico de la grada visitante, el himno a capella, con el partido perdido, con un 4-0 sobre el marcador. Ese resultado reflejó una idea que se resume a través de un cántico esencial: ahora más que nunca. La afición colmó la grada, pero el equipo nunca respondió. Lo perdió todo desde la alineación, como si el Racing de Ferrol hubiera hecho los deberes que él nunca pensó hacer.
El final se escribirá ante la SD Huesca, en uno de los derbis más trascendentales de toda la historia. Queda una semana cargada de mensajes, de una voluntad que debe escribirse desde el césped. Será el tiempo de los valientes, de modificar un bloqueo perpetuo. Ante el Levante, el Real Zaragoza falló en todo aquello que había cultivado desde la llegada de Gabi Fernández. El equipo dejó de responder en cada duelo, nunca se comportó como una unidad y nunca pensó que podía ser protagonista de uno de sus partidos. Dio por perdido su partido mucho antes de perderlo. Y eso no debería normalizarse ni debería volver a suceder.