El Real Zaragoza ha hecho con el serbio una apuesta por el talento. Longilíneo, en su juego hay una coordinación impropia de su altura, imaginación a campo abierto, magia en una baldosa. Ha habido muestras de ello en su inicio de competición. Fue la mejor pantalla en Cádiz, el último pase en Cartagena, el intento final en Burgos. Y fue héroe en su estreno en El Municipal, en un partido de alto voltaje, en La Romareda de las grandes noches.
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Samed Bazdar no llegaba en plenitud física al encuentro. Era víctima de sus viajes, de una semana anormal en todas sus formas. Tuvo presencia en su selección, se casó antes de jugar en Burgos y sufrió una sobrecarga los días previos al duelo ante el Levante. En ese contexto, Víctor Fernández decidió administrar su participación y le hizo coincidir con Ager Aketxe en el último tramo del encuentro. Los dos, quizá los mejores representantes del talento puro en la plantilla, se buscaron y se encontraron en el tramo clave del encuentro. Parten desde puntos muy lejanos de la geografía, pero hablaron el mismo idioma sobre el césped. El lenguaje del regate y de los pases imposibles. También el de los mejores disparos. El definitivo, obra de Bazdar, entró por una gatera.
Marcó Bazdar en su primer día en La Romareda, en uno de los duelos más emocionantes que se han visto en Segunda División en esta temporada. A sus 21 años ha jugado otros encuentros llenos de tensión: derbis de los Balcanes entre Partizán y Estrella Roja. Según ese recuerdo no parece casualidad que, en otro contexto, su mejor registro haya llegado en el primer partido de la verdad. Lo hizo desde el que ya parece su lugar, la zona del enganche, el rincón del diez. Fue el principio y el final de la acción, con Azón abriendo el horizonte. Y con Bazdar como artista y brazo ejecutor, en una jugada en la que hubo quiebro, improvisación y la efectividad que aún no había encontrado. Celebró su gol con la grada, en una narración que tiene nombre propio y que costará olvidar, una canción de hielo y fuego.
Bazdar dibuja un camino ilusionante en su llegada a Zaragoza. Abrazado por la afición, fue ídolo en su primer día: el ángel de la lluvia.