ZARAGOZA | El duelo ante el Nàstic de Tarragona despertó más dudas de las que caben en una victoria, también en un partido de pretemporada. Dos líneas reflejaron las sospechas. La zaga sigue siendo un desierto. En el centro del campo, el Zaragoza perdió pie en el partido, desubicado a partir del minuto 20, descoordinado en elementos tan fundamentales como la presión y el lenguaje de los pases. Todas las certezas se concentraron en la delantera, en una sociedad prometedora. Mario Soberón marca goles hasta cuando no los busca. Y a él, a Mario, nadie le encuentra como Samed Bazdar.
Bazdar es un distinto. Con todas las letras. En su fútbol hay truco y una condición especial: ve pases privados para el resto. Quizá tardamos en darnos cuenta de que su lugar es la mediapunta, el sitio del enganche. Tampoco él fue consciente de ese detalle: en su presentación se definió como un delantero centro. Ni lo es ni debe serlo. En todo caso es un nueve y medio. 9´75 para ser exactos. Y en su carácter habita también un jugador genial, discontinúo, que va y viene en los partidos. Pero que es capaz de cambiarlos en un solo detalle.
Mario Soberón se acostumbró a vivir camuflado, a buscar goles en todos los campos. También a que él marcara y que los elogios fueran para otro. “Solo tiene gol”, dijeron alguna vez para menospreciarle. Como si eso fuera poco. O no lo fuera todo en un delantero. Listo, intuitivo, en el área es capaz de adivinar los rechaces, de oler la sangre, de armar su disparo sin previo aviso. En su fútbol no hay disparos vacíos. Todos tienen sentido, todos llevan veneno. Con el gol como medida, en la plantilla no hay nadie como él. Un ejemplo le define. Sin ser el más rápido, en el área siempre llega antes.
El deporte, como la vida, se explica a través de pequeñas sociedades, de lazos de complicidad, de tiempo compartido. En la relación entre estos dos atacantes, el fútbol se ha ofrecido como puente y ha mostrado que se rige por un lenguaje universal. Basta revisar el estreno de los dos para entender el poder de esta sociedad. Esa primera imagen llegó ante el Cádiz, hace un año y un mundo de todo eso. Soberón marcó entonces a pase de Bazdar. Esa fórmula se ha repetido en los últimos dos goles del cántabro.
Ante el Mirandés, Samed Bazdar aclaró el panorama con un contacto de otra categoría. Soberón resolvió suave y silencioso, como si el gol no tuviera secretos para él. Los dos volvieron a mezclar en el Nou Estadi. Sucedió de un modo automático, sutil, sin que mediaran muchas miradas. Soberón terminó otra vez la frase que había empezado Bazdar:
“Samed y yo nos entendemos muy bien. Hoy me ha tocado marcar a mí, pero seguro que en el próximo partido se la doy yo para que lo haga él”.
Y de esa sociedad, formada por dos tipos que llegaron de dos mundos, dependen muchas cosas en este Zaragoza.