En el gol del empate se cumplieron algunas de las normas más básicas del juego. El fútbol interior sirvió para aglutinar rivales. La descarga hacia fuera encontró a Gámez, liberado, dispuesto a devolver el balón a su punto de partida. Allí estaba Vallejo, que supo terminar lo que él mismo había empezado. Así encontró el gaditano la suerte perdida, el gol que su equipo tanto necesitaba.
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Velázquez y un cambio de escena
Desde que Velázquez llegó a Zaragoza se juega un partido sobre el césped y hay otro sobre la banda. El técnico anima, corrige, realiza aspavientos y vive el duelo al borde del infarto. Nadie sabe a estas alturas de la jugada qué futbolista fue Velázquez. Pero no se descarta que algún día acabe opositando al carril izquierdo. Mientras tanto, aparece si es necesario Francho Serrano, quizá el jugador más útil de la plantilla. Capaz de ser muchos futbolistas en uno solo, el canterano acabó siendo en Cornellá el chico para todo.
La impresión general fue que el Real Zaragoza mostró su mejoría, una buena imagen en las formas y en el juego. Pero que tampoco supo resolver un partido que estuvo en su mano, capaz de someter a un aspirante, de ser superior en el número y en el fútbol. Faltó el último arrebato, un detalle a su favor. Pero nunca pareció que iba a dejar de intentarlo.
La evolución del grupo se escribe desde los duelos y la ocupación de los espacios. El sistema ha hecho más competitivo al Zaragoza, válido para los partidos grandes, tenso en cada balón dividido. No es un jerarca de la categoría y cuesta creer que pueda acabar siéndolo, pero es un equipo cada vez más competitivo. Si el Zaragoza se acerca a lo que Velázquez quiere ver es porque ha alcanzado un detalle sustancial. Ha logrado que su equipo se parezca en el césped al entrenador que él es en la banda.