El deporte y en especial el fútbol es un fenómeno que parece formar parte de nuestras vidas, de nuestra cotidianidad. Nos guste o no, nos topamos con él día a día, ya sea en internet, la radio, en la televisión, en los periódicos o en las conversaciones de otros.
El rey de los deportes es uno de los fenómenos psicológicos, antropológicos y sociológicos más fuerte y poderoso que existe. Su poder mueve millones de masas y genera estados emocionales tan potentes, que el resultado de un equipo es capaz de originar llanto tanto de tristeza como de alegría en cualquier aficionado.
En general, el fútbol es PODER, al existir en él una influencia ideológica, económica y social que produce muchos efectos psicológicos, y entre estos, ¿qué pasa cuando “mi” equipo de fútbol pierde? Y como jugador, ¿qué me ocurre cuando perdemos?
Cuando “nuestro” equipo de fútbol pierde, viene la insatisfacción, la frustración, la rabia, la ira y el desencanto. Ser derrotado, significa enfrentarse al fracaso del otro. Las reacciones y estados emocionales quedan patentes como si la derrota hubiera sido propia. A este fenómeno se le denomina “Efecto BIRG” (Basking In Reflected Glory, es decir, Complacencia en la gloria reflejada), es decir, achacar el éxito o el fracaso como propio; por ejemplo, afirmar “hemos perdido” cuando en realidad ha perdido el equipo, los jugadores.
Parece ser, que el “Efecto BIRG” es muy potente, tras un éxito sube el ego pero tras el fracaso lo baja. De este modo, podemos decir que el fútbol es dueño de los estados de ánimo de sus aficionados e incluso, muchas veces, de sus conductas y pensamientos.
Por otro lado, el jugador y en general, todo el equipo, genera una serie de emociones y sentimientos ante la derrota. Aquí el problema radica en que las emociones post-competitivas no son muy atendidas.
Los estados que experimentan los deportistas dependen de una serie de factores tales como: la relación entre el nivel de aspiración y los resultados alcanzados y obedece al modo en que el deportista asume los resultados de su participación en la competencia y su actitud ante el fracaso
Normalmente, las vivencias después de la derrota se traducen en tristeza, amargura, agobio y decepción, llevando a la desconfianza. Además, si la derrota se debió a su equivocación aparecen reacciones y emociones de insatisfacción, ofensa, despecho, necesidad de revancha.
Por ello, lo que se debe evitar es que aparezcan efectos o consecuencias negativas ante el fracaso, como pueden ser, conflictos en el equipo, apatía, pesimismo, resignación…
Por lo tanto, ¿Cómo se puede evitar que aparezcan toda esta serie de emociones en el jugador y el equipo tras una derrota?
Una de las respuestas sería trabajando y analizando, post-competición, la propia derrota. ¿Cómo?
- No desarrollándose nada más terminar el partido, pues las emociones están muy agitadas y hay que dejar un tiempo para procesar individualmente todo lo ocurrido.
- Con la ayuda de un profesional, lograr que el entrenador auto valore su grado de responsabilidad ante la derrota, así como, estimular la auto-reflexión crítica de cada uno de los jugadores, para que valoren si lo que ha sucedido se debe a su poca preparación técnica, táctica, física y psicológica.
- No permitiendo la disputa y la discusión entre unos y otros.
- Siempre reconocer las actuaciones positivas de cada uno de ellos durante la competencia.
- Elaborando un plan de acción para solucionar los fallos ocurridos.
- Estableciendo metas a corto y medio plazo, para mantener el compromiso del todo el equipo.
La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce. Jorge Luis Borges, escritor argentino.
En vez de maldecir el lugar en el que caíste, deberías buscar aquello que te hizo resbalar. Paulo Coelho, novelista brasileño.
Me molesta perder, como a todos. Pero separo las cosas. No me como la cabeza por tonterías. La filosofía es clara: mañana empieza el día de nuevo. Manolo Preciado, entrenador español de fútbol.
Patricia Villanueva es psicóloga con despacho en Benasque