Después de su ‘temporadón’ en el Málaga, la salida al Everton acabó mentalmente con él. Su mayor valedor, Koeman, se marchó de Liverpool y aquel proyecto se desinfló. Su carrera se convirtió en una continua mudanza, de cesión en cesión, que restaba más que sumaba. Aquel prometedor jugador fue desapareciendo del mapa poco a poco.
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En Valladolid, durante la pasada campaña, dio los primeros destellos del jugador que fue y la entidad altoaragonesa decidió apostar por él en su nueva aventura en Primera División. Aprovechando una gran oportunidad del mercado, la SD Huesca se hizo con la propiedad de Sandro, una operación que, aunque despertó dudas, a día de hoy ya podemos decir que fue excelente.
Humildad y apoyo incondicional
Es cuestión de mentalidad, de llegar a un lugar donde el club y los aficionados no van a pedirle un nivel como bien pueden exigir en Sevilla o en San Sebastián. Es otra mentalidad. La mentalidad de una ciudad y una provincia que, conscientes de las limitaciones económicas y mediáticas, estará orgullosa si su equipo lucha hasta el final y, en el caso de caer, lo hace con la cabeza arriba. Es ese apoyo incondicional lo que ha liberado al delantero canario.
El propio Sandro lamentaba no poder tener un crecimiento regular después de un periodo con varias interrupciones por lesiones. Aun así, el azulgrana no ha perdido comba y se ha mantenida en la titularidad tanto con Míchel como con Pacheta desplazando al mismísimo Okazaki. En este nuevo sistema del burgalés, cumple una función determinante apoyando la subida del balón y siendo un socio perfecto para Rafa Mir, quien desempeña el rol de ‘9’ puro.
El golazo -con algo de fortuna- que metió el pasado sábado es la mejor metáfora para definir lo que está viviendo el canario en Huesca. Un golpe a uno de sus ex equipos, uno de los sitios donde peor lo pasó, para dejar atrás a ese jugador atascado mental y futbolísticamente. Este es el nuevo Sandro y está decidido a luchar para mantener a su SD Huesca en Primera División.