Lo mejor estaba por llegar. Tres días de aclimatación con sol y cielo azul sobre su casco, y polvo bajo su rueda. Buenas sensaciones y ganas de pedalear con fuerza en las EWS, en una temporada tan atípica por la Covid-19. Y tres días después, la locura. «Nunca he visto llover tanto. En mi vida he visto caer tanta agua», explica Torralba. «Los entrenos oficiales fueron 6 horas con niebla, barro, agua, nieve en las cotas altas de la montaña… fue durísimo», relata. Es lo que tiene Zermatt, lo que tiene la montaña. «Y el día de la carrera, las condiciones empeoraron», apuntala.
La dirección de carrera modificó el número de bajadas -de cuatro a dos- y hasta en cuatro ocasiones aplazó la salida. Se empezó a correr a las 14.00. Para llegar el inicio del descenso hubo que subir en un teleférico -un ‘huevo’- y luego pedalear hasta el punto del descenso. «Calenté bien y bajé bien. En cambio, para la segunda (manga) tuve que esperar 20 minutos con mucho frío, me sentí congelado y nunca encontré el ritmo de pedaleo necesario», señala. Al final acabó en el puesto 40 de la general, lejos de su objetivo, pero convencido de que lo podía haber hecho mejor sin esa espera de 20 minutos.
Ahora toca descansar en Riglos y buscar el nacional en Castejón de Sos, en Puro Pirineo, de mediados de este mes.